1/8/08

EL primer acto masivo contra la dictadura



La primera manifestación masiva contra la dictadura fue el funeral de Pablo Neruda. A pocos días del Golpe de Estado que derrocó al presidente Allende, un grupo de valientes desafió a la dictadurá y asistió al funeral. Es ese el primer acto de masivo y en el cual aparecen los Gritos de la Resistencia. boomp3.com

A continuación un relato de ese día hecho por la escritora Virginia Vidal:

"El día del funerales, va desfilando una masa humana por la “casa muerta”. Modestas mujeres, hombres de trabajo, escritores, artistas, periodistas, hombres de ciencia, políticos. El poeta Juvencio Valle más silencioso que nunca. El poeta Guillermo Trejo, jefe de la sección científica de “El Mercurio”, toma notas aceleradas. Entre tanta gente, diviso a Nicanor Parra. En esos días ha salido en un diario mercurial un gran elogio a este poeta, mostrándolo como incomprendido o víctima de la Unidad Popular. Nicanor Parra me dice: “Pretenden convertirme en el poeta oficial del régimen. No lo conseguirán”.

Momento dramático. Será preciso sacar la urna por la puerta cochera. La maniobra se hace con gran esfuerzo, venciendo las dificultades resultantes del pillaje. Iremos avanzando a pie, rumbo al cementerio. No es muy grande el cortejo. La ciudad está silenciosa. En cada ventana se ven rostros fijos o visillos corridos a medias, sujetos por manos tímidas. Piquetes de soldados armados hacen guardia en distintos puntos. El silencio se quiebra. Una voz varonil estalla y se expande en oleadas cuando toda la procesión que avanza, repite la consigna:

“Juramos que la libertad

levantará su flor desnuda

sobre la arena deshonrada”


El grito cobra más cuerpo. A nadie le importan los camarógrafos de la TV extranjera que enfocan los rostros, las bocas, como pretendiendo eternizarlo. Surge otro verso:


“Juramos continuar tu camino hasta la victoria del pueblo. ”


Más versos del poeta serán nuevas consignas coreadas con decisión, fervor, conciencia plena:


“...y como el trigo,

el pueblo innumerable

junta raíces,

acumula espigas,

y en la tormenta desencadenada sube

a la claridad del universo. ”


A medida que nos acercamos a la puerta principal del Cementerio General, distinguimos la multitud silenciosa, a la espera. Esa multitud irá deglutiendo nuestra columna hasta que toda la gente no sea sino una masa móvil expresando contrita su dolor. El ataúd es depositado en una plataforma rodante. Otro hombre abrirá un libro de Pablo para lanzar un verso que restalle como un grito de combate:


“Aquí tenéis

como un montón de espadas

mi corazón

dispuesto a la batalla...”


La gente llora. Surge, tembloroso por el llanto, el primer verso de “La Internacional”. Se van alzando los puños muy apretados: “Arriba los pobres del mundo...” Las voces pugnan por abrirse paso y romper el nudo que aprieta las gargantas. Será la última vez que ese himno se cante en público.


El cortejo avanza hasta el mausoleo de la familia de la escritora Adriana Dittborn (calle central O’Higgins, entre Lima y Los Tilos), quien lo ofreció a Matilde ante la imposibilidad de cumplir de inmediato el deseo de Pablo:


“Compañeros, enterradme en la Isla Negra

frente al mar que conozco a cada área rugosa

de piedras y de olas que mis ojos perdidos

no volverán a ver. ”


Ha crecido la marea humana. Podemos ver a Fernando Castillo Velasco, ex rector de la Universidad Católica, al anciano critico literario Hernán Díaz Arrieta, Alone; a Juvencio Valle; al pintor Nemesio Antúnez, quien ahora no tiene expresión afable. Esta vez sus ojos echan chispas. Me cuenta el atroz vandalismo: los militares rompieron a bayonetazos los cajones de embalaje que contenían una colección prestada por un museo mexicano al Museo Nacional de Bellas Artes del que Nemesio es director desde el gobierno de Eduardo Frei.

El escritor Francisco Coloane, de imponente estatura, con su aspecto de capitán de un antiguo barco echado a pique, cojea apoyado en un bastón; él hablará a nombre de los escritores.

De pronto, reconocemos una cabeza rubia, unos hombros agitados por los sollozos. Me acerco. Joan Turner, directora del Ballet Popular, tiene el rostro hinchado por el llanto. Llora por Víctor Jara, su marido, por Pablo, por todos nuestros muertos. La rodeo. Le pregunto por las niñas. Sin dejar de llorar, nos dice que aún no se dan cuenta de todo lo que pasa. Días atrás, alguien nos avisó que había sido encontrado el cadáver de Víctor. Enseguida la llamamos por teléfono: “Dime, Joan, ¿es cierto?”. Me respondió contenida: “Sí. No te puedo decir más”. Otra vez le hacemos una pregunta cruel: “Sé que te hago sufrir más, pero dilo: ¿es verdad que le cortaron las manos?”. “No. Pero hubieras visto su cuerpo tan hermoso...Una sola masa negra, morada, machacada, desgarrada...Me costó hallarlo entre tanto cadáver. Irreconocible...”. Los sollozos le impiden continuar. Entretanto, se suceden los discursos funerarios.

Imposible describir los rostros de la multitud congregada, representantes del arte, la cultura, la política, obreros, estudiantes, las madres jóvenes, los ancianos encogidos. Algo nos impresiona: son las caras de los hombres que se han cortado la barba y que muestran la parte superior como antifaz dorado.


Comienza a circular de boca a oreja la recomendación: “Salir en orden, con calma, sin aglomerarse. Dispersarse enseguida”.

Vamos desplazándonos con lentitud. Me asombro al ver ahora toda la plazoleta del cementerio rodeada de soldados. Soldados por todas partes, sus piernas semiabiertas para sostener mejor al cuerpo, sujetan la metralleta con las dos manos, ante el pecho. Soberbias actitudes de combate ante un pueblo inerme, sin más coraza que su dolor. Caminamos despacio."

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